


Con este título quisiera dar rienda suelta a lo que hace no mucho tiempo viene rondando por mi cabeza desde que llegó la temporada estival a este bendito rincón de la Creación. Dando un "bandazo" al ocaso de un no muy lejano día de este mes por la orilla de Balneario, me acordé de lo que fue aquella playa para mí cuando era un pive de seis, siete, o unos pocos más de años, en los que siempre me acuerdo que íbamos para la playa justo después de los grandes éxitos televisivos, que en esa época no tan tardía pero sí menos desarrollada en lo que en aspectos audiovisuales actuales estamos acostumbrados, y que todos recordaremos: "Verano Azul", "El coche fantástico", "el gran héroe americano" o "El halcón callejero". Una vez que llegabamos, escrutábamos entre todos los que nos reuniamos si qué sería lo más propicio de hacer en cada momento según avanzaba la tarde. Esto es, echábamos guerrillas de arena, batallas en borricate dentro del agua, íbamos nadando hasta el agua tapá y alli nos quitabamos los bañadores y experimentabamos una extraña sensación de tener nuestras inmaculadas verguenzas al destape, si había olas había que llevarse las tablas de corcho que te desollaban todo el pecho y si el agua estaba bastante clara habá que coger las gafas de bucear y darle al pulmón libre. Pero lo mejor era cvuando llegaba el sábado y mi padre no tenía que trabajar y nos quedábamos a comer en la playa, lo que significaba más tiempo para ir de safari por ahí. A veces, si era una marea muy grande íbamos a las piedras que empezaban a florecer a partir del Isecotel antes de que hicieran los primeros rellenos de arena en la playa. Alli era donde mariscabamos camarones, sapitos, cangrejitos y otras maritatas más, y más de uno supo lo que era un carajo de mar. Lo pasamos pipa los amigos del barrio. Y lo mejor estaba por venir. Cuando los altavoces anunciaban que terminaban los servicios de playa y los guardias, los guardias malajes de antes, se pagaban el pirazo, si no lo habían hecho unas cuantas horas atrás, era el momento de sacar el balón y echar un partiazo al atardecer, de esos de los que marcan historia con tus amigos de la infancia. Todo esto era sublime hasta que llegaba tu madre y te decía -!Luis!!Enjuágate!!Que nos vamos!- y sabías que si no hacías caso te daba rápidamente el cosqui y la pringá.
Era muy feliz así,y, aún hoy, lo sigo siendo evocando al atardecer esa maravillosa etapa de mi vida compartida con muchos de los que hoy ni siquiera sé cómo están ni dónde están pero que los recuerdo con mucha alegría.
Para todos aquellos que sus mejores momentos de la vida tuvieron como marco esta playa ahí va una dedicatoria:
Yo era más de ir al campo a Chiclana con mis padres en mi primera infancia pero desde luego me ha venido muy bien bañarme en estos recuerdos y sensaciones.
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